30 ene 2011

Cafes Gimeno i Merceria Antonieta

Gràcies al blog de la Júlia Costa veig que Cafés Gimeno i la merceria Antonieta del c/Margarit han tancat. Al primer establiment hi havia anat molts pocs cops, el darrer hi vaig anar fa tot just una setmana per comprar-hi cacau per un pastís, i ja el vaig trobar tancat, però pensava que seria per l'hora que era. Al segon hi havia anat alguns cops a que m'hi fessin els baixos d'alguns pantalons. La merceria Antonieta, era la típica merceria de barri que poc a poc s'havia anat apagant, suposo que per la incapacitat per competir amb els basars xinesos i amb les grans superfícies i pel mateix envelliment de la clientela.



Cafés Gimeno en canvi era un negoci especial. Era una petita botiga dedicada a la venda de diferents varietats d'excel·lents cafés que si no vaig errat torraven i molien allà mateix. Un local minúscul i un negoci especialitzat, amb una olor deliciosa, diferent, amb personalitat i que oferia un producte de gran qualitat.
Amb aquests tancaments seguim amb l'imparable procés d'empobriment del paisatge urbà i del teixit comercial del barri, un tema que suposo que anirà sortint. Confiem que almenys els locals no es converteixin en vivendes.

29 ene 2011

La desafección

"Me preocupa la política como factor de despolitización"
                                                    Manuel Delgado, enero del 2010


Nd.A: Intentaré no repetirme demasiado en los autores de las citas que elijo, pero no he podido dejar de resaltar este comentario que hacía Delgado en una entrevista para la revista Filosofia Hoy.

28 ene 2011

PRecio Y CAlidad

En algún momento a finales de los 80 o a principios de los 90 Lleida dió un salto como ciudad. Se le puede llamar de muchos modos: ser una ciudad mayor de edad, alcanzar madurez urbana, tener una adecuada dotación de equipamientos e infrastructuras, un tejido productivo y una sociedad civil saludables, buenas comunicaciones, un espacio público de calidad, sentimiento de autoestima, calidad de vida, estar en el mapa...todo eso, o quizás un poco de cada una de esas cosas hicieron que Lleida empezara a sentirse una ciudad sin complejos. Y eso pasó seguro por muchas razones pero una que seguro que no sale en los libros de historia fué la construcción del PRYCA. Así lo viví almenos yo y así me da la sensación que lo vivió mucho gente que sin darse cuenta depositó en ese feo edificio sus ilusiones de una ciudad finalmente moderna como cualquier otra capital de provincia.

Manuel Delgado y las bicis

Articulo publicado por Manuel Delgado en El Pais en 1997. El Manuel Delgado cachondo es mucho mejor.

BICICLETAS EN LA JUNGLA


Decididamente, la ciudad es una jungla. Y no se entiende porque a tanta gente la parece que tal constatación es una mala noticia. Al contrario, a quienes sabemos de las ventajas de la biodiversidad y de la cooperación entre especies nos parece excelente que ese caos autorganizado que son las urbes se parezca, en su complejidad y su exuberancia, a una de esas selvas tropicales por cuya preservación tanto se lucha. Sólo al más vulgar de los darwinismos sociales se le podría antojar que el que las metrópolis sean no una negación, como se piensa, sino una apoteosis de los mecanismos que rigen la naturaleza implica algo así como el triunfo del más agresivo, del más poderoso, del más déspota. Como Darwin ya nos hiciera notar, en las junglas no prospera el más fuerte, sino el mejor adaptado.
Porque las ciudades, en efecto, son una jungla, el elemento que tiene más porvenir en ellas no es el equivalente mecánico de los grandes depedradores, los vehículos más potentes, más veloces y por lo general más destructivos. Con un 4x4 uno puede arrasar medio monte para demostrar su amor por la vida al aire libre. Con un coche-bala puede uno arrogarse un precario dominio sobre las circunstancias un viernes por la noche. Con una moto de gran cilindrada se puede sentir, de pronto, lo que debe ser tener algo de verdad potente entre las piernas. Pero todos ellos fracasan en cuanto, a una hora punta, se enfrentan a lo que ocurre en la jungla de asfalto, demuestran su incompetencia, pierden la partida ante el ímpetu de la naturaleza urbana desatándose a su alrededor. En ese contexto vuelve a cumplirse la ley de la selva, y la mano la gana de nuevo la astucia de la bestia que se amolda a su nicho ecológico, que se pliega a sus necesidades y que por ello merece no sólo el beneficio de la supervivencia sino también las ventajas de todo tipo de intercambios con su medio ambiente. Lo que mejor se ajusta a la violencia estructural de una ciudad abandonada a sus propias energías es, reconozcámoslo, la humilde y vulnerable bicicleta.
Con la bicicleta uno se encuentra ante una de esas típicas paradojas de la condición de civilizado. Pasa como con el nudismo. Ir desnudo puede ser hipercivilizado o subcivilizado, o eres un naturista socialdemócrata sueco o un reductor de cabezas de la Amazonia. El uso civil de la bicicleta es víctima de un contrasentido por el estilo. Los ciudadanos se desplazan en bicicleta en los países más pobres (Cuba, Marruecos, Vietnam...) y en los más ricos (Holanda, Japón, Canadá...). Hay países que van tan atrasados que la gente todavía va en bicicleta. En cambio otros son tan avanzados que la gente ya empieza a ir en bicicleta.
La cuestión es más complicada en países como el nuestro, que ni fu ni fa. Es decir países en que la ostentación de un vehículo a motor todavía es vital para la imagen de una parte importante de la ciudadanía, mientras que el uso de otros medios de locomoción, mucho más eficaces en marcos urbanos, puede interpretarse como signo de algún tipo de indignidad, carencia o anomalía. En estos casos el uso de la bicicleta señala una ambigüedad inaceptable, puesto que no permite identificar socialmente con claridad a quién la usa : un desgraciado que no puede moverse en otra cosa, un ecologista en busca de redención, un esnob que se las quiere dar de algo... En cualquier caso alguién que encarna un elemento de intriga (¿de qué va?), un factor de excepción en el paisaje cuya etiologia conviene conocer de inmediato.
Es por ello que el ciclista civil, que circula de paisano los días de cada día por la ciudad, ha de hacer algo de lo que se dispensa, por ejemplo, a ese otro ciclista que, disfrazado ridículamente y a toda velocidad, se dedica a aterrorizar a los usuarios de caminos forestales los fines de semana. Al ciclista de diario, al contrario del peligroso ciclista dominguero, se le obliga a dar explicaciones. La característica del ciudadano ciclista es la de tener que estar todo el tiempo justificándose y respondiendo a una misma pregunta : ¿cómo es que vas en bici?. Es lógico puesto que su presencia en la calle funciona como una auténtica alteración del orden público, cuando menos conceptual, que sólo puede quedar restablecido luego de una aclaración que explique lo inexplicable : ¿cómo es que vas en bici?
Lo grave es que esa estupefacción de la mayoría de ciudadanos normales, es decir de aquellos que prefieren los embotellamientos, llegar tarde a los sitios y desesperarse buscando aparcamiento, la comparten plenamente algunos profesionales de la vía pública cuya actitud resulta estratégica. Por ejemplo, un buen número de conductores han llegado a la conclusión de que el ciclista no es sólo un bicho raro, sino que además es un bicho nocivo, de tal manera que perciben como un problema lo que se plantea como una solución para los problemas circulatorios. ¿Opción? : expulsarlo como sea de la escena, apartarlo, arrinconarlo, hacerle la vida imposible. En esa tarea de hostigamiento se cuenta con la complicidad de la mayoría de guardias municipales, que a buen seguro contemplan con asombro que haya quién se tome en serio las campañas municipales de promoción de la bicicleta.
A pesar de todo continua mereciendo la pena ir en bicicleta. Y no porque sea un medio de transporte barato, sobre todo pensado en lo altamente probable que es que te la roben a la mínima de cambio. Tampoco sirve para adelgazar, está demostrado. En cambio, sí que es un vehículo seguro. Basta tan sólo con que se eviten algunos carriles-bici, como aquellos en los que se ha de luchar por el territorio con usuarios del espacio público a los que puedes, como los peatones, o que te pueden, como los taxistas que consideran que un ciclista en el carril-bici es siempre un intruso, puesto que todo el mundo sabe que una bicicleta dibujada en el suelo quiere decir carril-taxi.
¿Cuáles son las la razones por las que, a pesar de la incomprensión general, hay personas que utilizan la bicicleta para sus desplazamientos por la ciudad y porqué esas personas son cada vez más numerosas? La respuesta al extraño enigma (¿cómo es que vas en bici?) es tan simple como decepcionante para quiénes están convencidos de que ir en bici es algo que sólo se puede hacer por militancia o para cumplir alguna promesa. La bici se usa, a), porque las más de las veces se llega antes, y b), porque es más diver.
Vayan estas líneas como saludo de simpatía a los participantes en Velo City’ 97, el congreso internacional que se celebra estos días en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y que reune a gente que lucha para que la ciudad continue siendo una jungla, pero un poco más amable. Ojalá el futuro les pertenezca.

Campos de futbol

Iniciamos la serie de fotografías de campos de futbol con encanto con una de Capri. Ulisses no debía ser futbolero, sinó habría parado.

27 ene 2011

Funcionarios y gente pobre



"Si ustedes quieren que esta sea una cámara de funcionarios y gente pobre, vamos por el mejor de los caminos"
                                               Josep Antoni Duran i Lleida


Dando su opinión sobre la posibilidad de hacer públicos los bienes de los diputados.

La batalla de la usura, por Jeremy Rifkin

Hace más de medio milenio tuvo lugar un gran debate cuando la Iglesia católica y la naciente clase mercantil y bancaria chocaron por el problema de la usura. La Iglesia defendía el "precio justo" entre vendedores y compradores y sostenía que mercaderes y banqueros no podían sacar provecho del tiempo cargando unos intereses usurarios porque el tiempo no era suyo y, por lo tanto, no podían hacer negocio con él. Dios dispensa libremente el tiempo y sólo Él puede dar y tomar. Al cargar intereses, decía Thomas Chobham, el erudito medieval, "el usurero no le vende al prestatario nada que sea suyo. Vende sólo el tiempo, que pertenece a Dios. No puede, pues, sacar un beneficio de vender la propiedad de otro". Los mercaderes no estuvieron de acuerdo y arguyeron que el tiempo es dinero y que cargar intereses al tiempo era la única forma de garantizar sus inversiones en el mercado. La Iglesia perdió la batalla de la usura y el cobro de intereses, y su derrota aceleró la carrera hacia el capitalismo de mercado y la era moderna.

Jeremy Rifkin, El siglo de la biotecnología. El comercio genético y el nacimiento de un mundo feliz (1998). Barcelona, Ed. Crítica- Marcombo. Trad. de Juan Pedro Campos.

26 ene 2011

Casavella, Barcelona y el celofán

 Raval de barcelona
Más lectura para repensar Barcelona de la mano de uno de sus mejores cronistas y narradores: Francisco Casavella [Extraído de “La Ciudad de Celofán I” (2001), recogido en el libro Elevación, elegancia y entusiasmo. Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores].
“Desde luego, Barcelona no es la gran ciudad que publicita el irredento espíritu comercial de sus habitantes más destacados, pero es mi ciudad. Si me dejan hacer el cursi diré que, a lo largo del tiempo, la he visto sucesivamente como madre, novia, esposa y temible ex esposa con la que las circunstancias económicas nos obligan a seguir compartiendo piso, vergüenza y un saludo de circunstancias en la puerta del lavabo. El amor está agotado, la posibilidad de reconciliación es muy remota, pero uno, si no es demasiado cafre, aún puede valorar alguna de sus cualidades más evidentes, aunque, eso sí, con la mayor frialdad y el peligro de que las razones objetivas se vean teñídas de repente con fieros impulsos subjetivos llenos de rencor. Las relaciones de un hombre con su ciudad son la edad que tiene, los tiempos que le ha tocado vivir y cómo le ha ido en la feria. No puedo hablar sobre Barcelona sin mencionar esas circunstancias.
Mi memoria alcanza desde la Barcelona barraquista, industrial, sucia, fea y con un doble complejo de superioridad-inferioridad de finales de los 60, hasta la especie de parque temático sin demasiadas convicciones, digamos, espirituales del 2001. En esos años, no sé muy bien qué habrá perdido y ganado la ciudad, pero yo he perdido mi juventud y ganado bien poca cosa. Pero como me pagan para que precise ese “no sé muy bien qué” y me deje de lamentos biográficos voy a intentar averiguarlo a fuerza de especulación.
Desde el punto de vista urbanístico dicen que esto es el no va más. Hasta hace poco, la distribución urbana y el componente sociológico eran de una simplicidad apabullante. Como saben, Barcelona está encajonada entre dos ríos, una cadena montañosa (si por dos cuadros de juventud de Picasso se monta un museo, cuatro colinas son, evidentemente, “una cadena montañosa”) y el mar. Los ricos viven lejos del mar y, en impecable progresión descendente, uno puede irse empobreciendo hasta habitar los insalubres barrios marítimos y vender cerillas por las esquinas donde suena el lamento del acordeón. Los habitantes de Barcelona viven, o han vivido hasta hace poco, con el peligro de la caída: mudarse cinco calles más arriba era un progreso evidente; hacer lo contrario, suponía un desprestigio: la gente gateaba pendiente arriba con las uñas clavadas en el asfalto como si fueran diez piolets para hacerse un hueco en las faldas del monte Tibidabo, algo así como la tierra prometida. Pero ya he dicho que todo eso ha cambiado. Las obras que se llevaron a cabo con el pretexto olímpico complicaron esa sencillez, y donde durante mucho tiempo se levantó un campamento de gitanos, hoy se erige la Villa Olímpica, un fino y moderno trazo en lo que era inexistente skyline. Los terrenos donde se levanta esa recreación del mundo feliz me parece que no eran de los gitanos: así que no han sido ellos quienes se han enriquecido con esa operación. Como tampoco sé por qué los hijos y sobrinas de los prohombres y los profesionales liberales han elegido pasar sus días en el antiguo barrio del Borne, un pudridero junto al antiguo mercado de abastos que se ha llenado de gente chachi piruli cual nuevo Soho. El antiguo Barrio Chino ha sido la gran operación fallida de ese ímpetu reconstructivo. La corrección política impide mencionar que se tiraron manzanas de casas (horribles), se abrieron avenidas (en ratoneras, hay que decirlo todo) y se aventó a la población canalla (que se reubicó no demasiado lejos para cometer sus fechorías y puteríos sin demasiada nostalgia), todo eso se hizo, digo, con la intención de que fuera poblado también por esos clones vestidos de pseudopastor anglicano que forman la burguesía local. La llegada masiva de inmigrantes magrebíes y asiáticos, que ocuparon esas calles y han hecho de ellas su reino, perjudicó el sueño. Esa nueva inmigración, como todas las que han sido y serán, se divide en dos tipos: la laboriosa, que pretende una vida mejor, y la no menos laboriosa, pero en otros afanes, que campa a sus anchas por las zonas turísticas en pos del bolso y la cartera. Un bofetón en medio de las Ramblas propinado por un magrebí a uno de los arquitectos clave en la transformación urbanística barcelonesa (el septuagenario prócer se fingía caballero sin espada en socorro de una dama), alertó a las autoridades sobre la nueva delincuencia. Antes, por lo visto, no se habían enterado. Como siempre, en muchos casos están pagando justos por pecadores.
Cuando yo era mozo endrino, las paredes estaban llenas de siglas. Era una verborrea alfabética de formaciones políticas que se unían, se desgajaban y pedían, mayoritariamente, libertad, amnistía y estatuto de autonomía. Lograda por el ciudadano esa triple ambición, sigue habiendo siglas por las paredes. Pero donde antes había un muro como ruina única de una antigua fábrica ahora hay un museo y la sigla permanece. MNAC, MACBA, MAM y qué sé yo cuántas cosas más. La capacidad de los catalanes para potenciar el producto, como sabrá todo aquel que haya tenido trato con los antiguos viajantes, tiene en esos museos su razón de ser. La más escueta producción artística de la ciudad y de la región a lo largo de la historia, muy lógica por otra parte en gente dedicada a hacer dinero y (según las huestes de Pujol) poco menos que a alimentar al resto del país, encuentra su fundamento en esos museos de gran empaque y más bien poco contenido. Pero no se piense en insinceridad o pirateo, sino en simple fariseísmo. Al barcelonés le puede llegar a gustar una cagarruta siempre que se la envuelvan en celofán. La histórica competencia con Madrid (que hoy es ignorancia mutua) se basa en el celofán, el “buen gusto” de antes de la guerra (civil) del que vive seiscientos kilómetros más cerca de París. Lo malo es que el nuevo y múltiple funcionariado ha elevado ese “buen gusto” de solterona en galería con visillos a una suerte de cultura oficial.
Y ya que hablamos de cultura oficial. ¿Existe algo así como una cultura real? Pues no lo sé. En los nuevos barrios marítimos antes señalados, existe un falso underground de lujo potenciado por la vistosidad plástica de jóvenes europeos que vienen a pasar temporadas imantados por la agitada vida nocturna y la permisividad del horario hostelero. Esa amalgama da lugar a aisladas propuestas de cierto interés y a mucha, mucha, mucha tontería. Ya sea vestido con el tradicional hábito de pastor protestante, ya sea con la vistosa trenza rastafari, el artista hace cola igual ante la ventanilla donde dan las subvenciones. Las vocaciones juveniles se trastocan en la solidez del operario cultural en cuanto el antiguo artista descubre sus dos talentos genuinos: el papeleo y el peloteo. Nada nuevo bajo el sol, que aquí siempre sale por el mar. Barcelona ha perdido muchas carreras por un patético trajín de despachos y la capacidad organizativa se basa en la industria del celofán. Cualquier día llaman a Christo para que nos envuelva a todos en tan bella y crujiente materia. Ésta ha sido, desde luego, una visión parcial. No diré interesada, porque para mí la ciudad ha perdido mucho de su interés. ¿Cuál era ese interés? En que hubo una época en que los dos parecíamos muy jóvenes”.

Del barcelonismo a la barcelonitis

Josep Bohigas, hijo de Oriol, respondió con esta carta a una petición de Mariscal para colaborar con un artículo en un libro suyo de próxima aparición. Las valoraciones y los análisis sobre la ciudad no deberían ser solo científicos o técnicos sinó también sentimentales.


Carta a Mariscal


Estimado Javier Mariscal:
Te escribo para declinar tu ofrecimiento de escribir un texto en el catálogo de tu exposición.
Siento haber mareado la perdiz un par de semanas o tres, pero ha sido el tiempo necesario para darme cuenta de que mis ocurrencias no aportan nada interesante en la difícil tarea de hablar sobre tu extensa obra, y mucho menos sobre ti. Entre otras cosas, porque apenas te conozco –yo no te llamo Chavi, ni me he ido de marcha contigo, ni he trabajado para ti, ni nada parecido–, ni tampoco conozco suficientemente tu trabajo como para que a estas alturas pueda improvisar alguna teoría transferible.
He de reconocer que, en una primera instancia, me sentí francamente halagado por tu ofrecimiento. Mi ego me despistó, haciéndome creer que podría entrar en tu mundo y descubrir algo relevante que nadie sabía, algún tic, algún fallo en el sistema donde colarme para hacerte mío, y una vez ahí, catapultarnos juntos a «vetetuasaberdónde». Incluso pensé que gracias a ello nos haríamos colegas. Pero me temo que nada de eso va a suceder…
Le pedí a Loles, de tu estudio, que me pasara de extranjis los textos de tus amigos para orientarme un poco, pero el resultado fue todavía peor, dando una estocada definitiva a mis intenciones. Me entró una pereza infinita de evitar decir que eres inclasificable, genial, memorión, talentoso, inagotable, veloz, optimista, generoso… y más pereza todavía me dio evitar decir que eres envidioso, infiel, copión, decorador, fumettista, marginal o gilipollas… Seguramente lo eres todo, en especial para tus amigos, que a menudo demuestran lo mucho que te quieren y lo mucho que te sufren a distancias no prudenciales.
Como tú, soy de los que suelo meterme inconscientemente en lugares que desconozco, pero también soy de los que se quejan de quienes lo hacen sin documentarse. Hablar de otro en público para hablar de uno mismo es inevitable, y es una irresponsabilidad. Es una sensación amarga que también he vivido en la persona de Oriol Bohigas (mi padre). Verlo opinar de todo, y más que nada ver cómo lo han usado –con su consentimiento, claro– para dar la puntilla con sus exabruptos, hasta confundir lo que originariamente podría ser una crítica certera con una salida de tono que contamina su personalidad. Una actitud que te he visto practicar a ti también en numerosísimas ocasiones y que a menudo me ha costado entender tu necesidad de hacerlo, por muy saludable que parezca, y por muy jaleadas que hayan sido tus intervenciones. En eso creo que os parecéis. Y no sólo en eso…
Por esta razón no puedo escribir lo que me pides. Cada vez que lo intento, acabo enmarañado hablando de mí mismo, escribiendo animaladas poco contrastadas, y éste no era el tema…. Sólo me veo capaz de enviarte esta carta personal e intransferible donde expresar de una manera imprecisa y escueta lo que para mí significas, sin necesidad de preocuparme demasiado de si tengo o no justificación.
Decía que Bohigas y tú tenéis cosas en común… Al menos en lo que a mí respecta. A los dos os considero responsables de mi amor incondicional por esta ciudad, que nace y crece en los años ochenta, llegando a su culminación al ver a Cobi alejándose de la ciudad a bordo de un barco de papel al son de la música de Carles Santos. Ese momento representa simbólicamente el fin de mi inocencia (y la de tantos), y el inicio de un proceso de lento desengaño con Barcelona, una ciudad que hoy ya llamamos mentirosa.
Para mí, sois dos caras de mi misma moneda, a la que incorporáis imágenes complementarias de una ciudad que fue apasionada y apasionante, y que hoy, a base de «villaolimpiquizarse» y «cobizarse», se ha entretenido en la autocomplacencia hasta dilapidar el enorme potencial que tenía.
Hemos pasado en pocos años del barcelonismo, basado en el optimismo transformador y en un incipiente patriotismo urbano, a la barcelonitis, una infección e inflamación exagerada de ese orgullo, donde, perdido el modelo, sólo entrevemos simulacros del buen rollo a base de interpretaciones poco justificables de vuestras primeras intenciones.
No sé a ti, pero a mí me ha aumentado la mala leche y tiendo a reaccionar con poco entusiasmo frente a tales derivadas. Hoy ya no trago ni con «Barcelona, posa’t guapa» –por muy buenos resultados que hubiese dado en su momento– ni mucho menos con «Barcelona, la millor botiga del món» o con «Visc a Barcelona» (¡qué lejos de aquel sintético «Bar, Cel, Ona»!)… Son muchas las chorradas que reviven con nostalgia otro sentimiento, y me saca de quicio ver cómo el talento (que lo hay) sigue encallado en un espejismo del pasado y no se retroalimenta y regurgita sobre realidades sociales más objetivas. Tal y como indica Manuel Delgado en su libro La ciudad mentirosa, «el orden político – y un ejército de arquitectos y diseñadores que lo obedecen- insiste en hacer creer a todo el mundo su propia alucinación de una ciudad plenamente desconflictivizada… Para ello, requiere inventar y publicitar este principio de identidad que esconde la dimensión perpetuamente alterada del universo que administra».
Hoy, Barcelona os necesita más que nunca para desactivar el monstruo que habéis creado de la mano de los políticos, que tanto os quieren. Y, siendo tú el más talentoso y al que más han malbaratado, deberías ser tú también quien dé pistas sobre cómo poner fin a esta mentira.
¡Que se enteren de que Cobi se fue, y no volverá!
Gracias y, una vez más, siento no poder corresponder tu ofrecimiento.
Un fuerte abrazo,
Josep Bohigas

18 ene 2011

Motivaciones

Al fin me he decidido. Ya se verá con el tiempo en que se acaba convirtiendo este espacio, de momento solo aspira a ser un contenedor de reflexiones, cosas que me gustan o que me interesan. Por supuesto que tengo más o menos pensado de qué quiero hablar, pero solo me atrevo a concretar que me gustaría hablar de las ciudades y sus gentes. Iría bien afinarlo un poco más, pero así me permito hablar de casi todo lo que me venga en gana.
Del mismo modo que Beau Brummel aspiraba a transitar por la vida espero que este blog sea algo «conspicuosly inconspicuous», que pase notoriamente desapercibido. Contradictorio como la vida misma.