8 mar 2012

Sobre el peripatetismo

Una vez más, robo fragmentos del blog Manuel Delgado, esta vez para explicar en que consiste esto del peripatetismo.

Caminar, dice Augoyard, viene a ser como hablar, emitir un relato, hacer proposiciones en forma de deportaciones o éxodos, de caminos y desplazamientos. Caminar, nos dice, es también pensar, hasta el punto de que todo andariego es en cierta manera una especie de filósofo, abstraído en su pensamiento. Todo caminante es un cavilador, rumia, barrina, se desplaza desde y en su interior. Andar es, por último, también transcurrir, cambiar de sitio con la sospecha de que, en realidad, no se tiene. Caminar realiza la literalidad del discurrir, al mismo tiempo pensar, hablar, pasar. En eso consisten las mentadas“retóricas caminatorias”. (...) Lo que hacían los filósofos peripatéticos clásicos, a los que alude tan elogiosamente Foucault en un momento de Tecnologías del yo (Paidós). Es lo que Epíceto denomina ejercicios éticos, consistentes en pasear y comprobar las reacciones que se van produciendo durante el paseo. Pienso ahora en el Rousseau de las Ensoñaciones de un paseante solitario, que convierte su itinerario en su gabinete de trabajo, su mesa de despacho, su taller o laboratorio, el artefacto que le permite trabajar. Aunque no sé por qué tengo que remitirme a referentes tan exquisitos. Los que amamos el cine sabemos que de ese material es del que están hechas todas las roadmovies, empezando por El Quijote. (...).


Y hablando de filosofía, un texto fundamental de un autor fundamental para el pensamiento contemporáneo: Caminar, de Henry David Thoreau, aquel gran filósofo trascendentalista, además de agrimensor y fabricante de lápices –no es broma– que escribiera Walden y La desobediencia civil. Este quete digo es un librito que sacó no hace mucho Ardora. Es muy bueno. Una delicia.Y otra referencia importante –lo siento; no lo puedo evitar: El paseo, otra maravilla, eneste caso de Robert Walser (Siruela) (...)

Lo siento, pero no puedo disimular la fascinación que me merece ese tema. Piensa en lo que dan de sí prácticas como el merodeo como una verdadera fuente de reflexión. ¿Sabes? Me fascina la mala reputación que tiene el vagar. No sé si has caído en la cuenta, pero no es casual que vagar signifique, según el Diccionario de la Real Academia, “estar ocioso; andar por varias partes sin determinación a sitio o lugar, sin especial detención en ninguno; andar por un sitio sin hallar camino o lo que se busca; andar libre y suelta una cosa, o sin el orden y disposición que regularmente debe tener”. En el mismo infinitivo se sintetizan los valores negativos de la improductividad, la desorientación y la ambivalencia.

En el lado contrario, el del elogio del nomadeo como nutriente para la inteligencia y la imaginación, fueron los primeros sociólogos y antropólogos de la ciudad –mis siempre admirados chicaguianos, a quienes siempre cabe regresar, a pesar de todos sus errores–, que advirtieron de las virtudes del judío y del hobo –el trabajador ocasional que recorría los Estados Unidos en busca de empleo– como representantes de la agilidad mental humana, puesto que habían obtenido su habilidad para el pensamiento abstracto de las virtudes estimulantes de la errancia constante. Como escribiera Robert EzraPark en 1923: “La conciencia no es sino un incidente de la locomoción”. Eso aparece en una cosa titulada “Elespíritu del hobo: reflexiones sobre la relación entre mentalidad y movilidad”, que era el prólogo para la primera edición de The Hobo, el clásico de Nels Anderson, y que tienes en una compilación quepublicó Horacio Capel con textos de Park y que tituló La ciudad y otros ensayos de ecología urbana (Serbal).

El paseante (...) hace algo más que ir de un sitio a otro. Haciéndolo poetiza el espacio que al mismo tiempo recorre y produce, en el sentido que lo somete a prácticas móviles que, por insignificantes que pudieran parecer, hacen de un territorio cualquiera el marco para una especie de elocuencia geométrica, una verbosidad hecha con los elementos que se va encontrando a lo largo de la marcha, a sus lados, paralelamente o perpendicularmente a ella. El caminante convierte los lugares por los que transita en una geografía imaginaria hecha de inclusiones o exclusiones, de llenos y vacíos, heterogeniza los espacios que corta, los coloniza provisionalmente a partir de un criterio secreto o implícito que los clasifica como aptos y no aptos, en apropiados, inapropiados e inapropiables. En el fondo tu informante no deja deser una variante del famoso  flânneur, a quien sabes que Baudelaire y luego Walter Benjamin consagraron páginas imprescindibles. Como sus herederas, la visita-excursión dadá o la deambulación surrealista –variables espaciales de la escritura automática–, que advierten de cómo las vanguardias artísticas encontraron en el merodeo una fuente de pruebas de las molestias que –como escribiera André Breton– se toma el azar en demostrarnos que no existe. Luego, desde finales de los cincuenta, los letristas, Cobra y, por último, los situacionistas practicaron la deriva psicogeográfica, que no era sino una modalidad de lo mismo. Artistas de los sesenta como Richard Long, Tomy Smith o Robert Smithson llegaron a esa misma convicción de que caminar era “pensar con los pies”, por usar una expresión de este último, y que era posible convertir la actividad andariega en base para la especulación formal. En su último periodo, a mediados de los setenta, el grupo Fluxus propuso acciones parecidas: las freefluxus-tours.

Mención especial merece la manera como esa misma inquietud por la capacidad del paseo de suscitar emergencias está siendo recogida, desde 1995, por las transurbancias del grupo Stalker, cuyos teóricos mayores son Francesco Careri y Lorenzo Romito. El libro que te decía y del queno recordaba el título es Walkspaces. El andar como práctica estética (GustavoGili). (...)

La gente esta de Stalker plantea la exploración de los itinerarios, preferentemente por espacios ambiguos y desterritorializados (...) lo que hacen es buscar formas  de localización de territori attuali, territorios actuales, interpretando lo actual en el sentido que propone Foucault, no de aquello que somos, sino sobre todo de aquello en lo que nos convertimos, lo que estamos a punto de ser, es decir lo otro, nuestro devenir otro. (...) La actividad de Stalker consiste, en transitar entre lo que es seguro y cotidiano y lo que es incierto, por descubrir, generando  –te copio una cosa de su página web– “una sensación de desazón, un estado de aprehensión que conduce a una intensificación de las capacidades perceptivas; de este modo, el espacio asume un sentido; por doquier, la posibilidad de un descubrimiento, el miedo a un encuentro no deseado”  (digilander.libero.it/stalkerlab/tarkowsky/tarko.html).
(...)

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